domingo, 24 de julio de 2011

En el Pozo

Es cuando uno está en el pozo, que sin quererlo, casi inconscientemente pero con una fuerza de locura, tiende a querer cargarse a todo quien le rodea. La sensación de frustración y fracaso toma la forma y el poder de un hilo invisible que se ajusta cuidadosamente a los cuellos de quienes están a nuestro lado y uno mismo es el verdugo ejecutor de sus miedos, traumas e inseguridades, tirando de esa invisible cuerda y ahorcando, sin quererlo, a quienes realmente ama, esos que son los únicos que pueden sacarnos a flote de esas situaciones, ya sea acercando una rama o mismo utilizando esa cuerda invisible, evitando el torniquete, claro está, para sacarnos fuera. Con una palabra, una mirada, un abrazo. El problema reside en la maldita suerte, o podríamos llamarla también efecto. Claro, hay una causa sujeta siempre a todos los efectos, buenos y malos. Algo hizo que terminemos en el pozo y eso es lo que debemos vislumbrar para poder cortar con el karma y transformarlo. ¿En qué? Pues eso depende de lo que se quiera. Algunos dicen que se transforma en Dharma. Una especie de reciprocidad y dadivosidad absoluta con el universo. Aquí, ajustándonos a lo simple y entendible, podemos decir que lo transformamos en buena energía, en escalones que nos ayuden a salir de ese lugar oscuro, siniestro, húmedo y sinuoso en el que nos encontramos. Si no hubiese dicho siniestro (aunque para Stewie Griffin lo sea), podría estar hablando del recuerdo del vientre materno. Pero no me refiero a eso. Ya se me ocurrirá donde encajar esa comparación en otro escrito. De lo que hablo es de la depresión de no hacer nada. O mejor, de creer que no se hace nada cuando en realidad si se está haciendo. (Otra vez me viene esa odiosa comparación… tal vez sea que no la pase muy bien ahí dentro). Al sentirme totalmente obsoleto para este mundo, el amor que siente mi mujer por mi y el que siento por ella, siempre desde lo intangible, me alzó como el viento levanta a los planeadores. En círculos y hacia arriba. No podía ir derecho, eso hace que uno se descomprima rápidamente y las fuerzas de presión conviertan nuestra cabeza en una olla en ebullición. No, el cambio debe ser paulatino, suave. No se puede pasar de la nada a todo en un abrir y cerrar de ojos. Todo en la vida lleva un proceso. Un proceso nos llevo a estar ahí abajo, debe ser un proceso el que nos levante y que nos quede claro: es DE-A-POCO. Muchas veces la sociedad de consumo en la que vivimos nos insta a hacer las cosas en un abrir y cerrar de ojos, es una carrera hacia el trabajo, una carrera hacia la escuela, una carrera hacia la iluminación, hacia lo espiritual, hacia la salud…. Pero no amigos… no hay nada menos saludable que la desesperación por lograr hacer una cosa que lleva tiempo en una hamburguesa. Quiero decir, transformar un estofado hecho por la abuela en una hamburguesa de comida rápida. Eso cae mal. Si no digerimos el día a día y tomamos conciencia de lo que hacemos, es muy factible que nos frustremos más aun y perdamos el rumbo. Es como un resfrío mal curado. Hay que hacer el tratamiento adecuado para nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestro espíritu. De no ser así, seguiremos hundiéndonos y llevaremos con nosotros a todos nuestros posibles salvadores. El resultado… seguramente no será bueno. De nada sirve correr y olvidar. De nada sirve lo fácil, lo rápido, lo ya hecho. La digestión nos corresponde a cada uno. El sufrir nos corresponde a cada uno, y seguramente tendremos mucho que sufrir si en nuestro sufrimiento tocamos los corazones de otros y los afectamos para mal. Es un trabajo de cuidado. El mejorar, el salir del pozo es un trabajo de cuidado. La sangre fluye casi viscosa por nuestras arterias, pastosa como la de un fumador. Es sangre negra que se pega más y más a nuestras venas. El estar en el pozo nos quita la sensibilidad. Nos hace animales. Perdemos la sensibilidad de los sentidos. La luz molesta. El aire molesta. Casi no respiramos. El tacto molesta, el tacto duele. Las caricias queman. El amor apesta. Todo se nos hace intolerable cuando estamos tan abajo. Nada importa. La vida pasa de largo y no nos importa. La vida de los nuestros pasa de largo y no nos importa. Pero en el fondo, nuestro corazón, con la fuerza descomunal que lo caracteriza, sigue bombeando. Sigue golpeando unas sesenta veces por minuto (si, ahí abajo la sangre fluye más lento), y nos golpea diciendo que estamos vivos. Y es ahí que entendemos que lo que nos quiere tirar abajo es la razón. LA RAZÓN. Es esa maldita asesina de buenos sentimientos, la que nos entierra más y mas diciéndonos que no somos nada, que nada valemos ya, que estamos muertos. Es ella quien nos quiere convencer de que a quienes nos aman más les valemos muertos que con esa miserable vida. Muchas culturas nos dicen que el corazón vale más que la razón. Muchas culturas tratan de lograr una armonía entre las dos corrientes de vida que disfrutamos. La Mente y el Espíritu. Entiendo a la mente como Manantial de pensamientos y al espíritu como Alumbrador de sentimientos, de latidos, de “sentido”. Si ambos están en armonía nada puede detenernos, somos seres completos. Si uno de los dos está abajo, bueno, el fluir se complica bastante. Todos pasamos por momentos malos en esta vida y más de uno se habrá sentido ilustrado en los sentimientos antes escritos. Lo importante es escuchar a nuestro corazón, el es la voz del espíritu y el espíritu, aunque habla bajito, más bajito que la mente, habla. Y dice la verdad. No miente. Nunca miente. Y si nos dice que somos capaces de SER es porque es verdad. Todos podemos acelerar los latidos, licuar la sangre lo suficiente como para poder irrigar vida a los sentidos y que la luz no nos afecte mas, que el aroma de la vida vuelva a alimentar nuestros recuerdos y que la humedad de haber estado en la mierda sea un efecto del pasado. Que se transforme en un daño colateral de haber vivido, de haber sentido, de haber curado nuestras heridas del combate que hayamos peleado y nos encontremos nuevamente de pie, más fuertes más sabios y más tranquilos que antes para enfrentar otra vez los días que nos depara la vida. Quienes o lo que nos haya tirado ya no nos afectara. Las heridas duelen, incluso las cicatrices nos hacen lucir más temerarios. Pero todo pasa. La vida es una sucesión lineal de momentos vividos. Fabricamos un presente  cada momento. En nosotros esta el hacer un buen presente o vivir en el pasado. Es cuando uno está en el pozo que aprende a sobrevivir y hacer de la razón algo positivo. ¿Dónde ponemos todo lo malo que pensamos de nosotros alguna vez? Pues en la libreta negra de lo que no debemos olvidar para sentirnos orgullosos de lo que somos. Si pasamos por eso, nada ni nadie nos podrá detener. El próximo pozo no será tan profundo. Dijo Silvio, “Comenzamos felices a juntar cicatrices, como buenas señales de los años”. De grandes, en algún momento agradeceremos haber pasado por eso. Y agradeceremos cada día el no haber muerto, el haber amado, el habernos amado lo suficiente como para poder salir.

jueves, 21 de julio de 2011

Una Obra de Arte

Una Obra de Arte

Doy forma en un mármol, poco a poco los pedazos caen y mi sueño va viendo la luz. De a poco un ala se va descubriendo. Un pelo abundante y largo le cubre el cuello, la mejilla izquierda y uno de los ojos de una mujer alada. Sigo tallando y una clave comienza a nacer. Es una clave de Sol. La misma que ilumina mi universo. Millones hay en el universo, aunque ésta es para mí. Los senos descubiertos de la música son la musa de tantas letras y tanta felicidad. La espalda alada da la nota del misticismo que guarda una conexión eterna entre el humano y dios. Sus piernas están cubiertas por algún tipo de sábana o trapo deshilachado, raído, desprolijo, como la esencia del artista que la talla poco a poco. Va encontrando la luz mi sueño tan irónicamente soñado. Sueño un ángel musical. El mármol es duro y el cincel se desafila. Me despreocupo y comienzo a rasgar con mis uñas hasta poder darle forma. Mis dedos sangran extasiados sobre la escultura. El rojo tiñe la cara del ángel musical. Al secarse formo parte de ella y la piedra porosa se embebe de mí. Es una comunión momentánea y eterna. Es un juramento eterno. Es un compromiso inquebrantable. Mis dedos duelen hasta la muerte. Mis lágrimas felices ruedan por mis mejillas y comienzan a gotear en las suyas. Somos uno. De repente, del ojo visible brota una lágrima. Sus labios dejan asomar una sonrisa por su comisura. Un pestañeo, otro más. Me mira. Sus ojos son del cielo. Me dice que no tema. La sangre le dio el color de la piel. Me abraza. Me besa. Su beso tiene gusto a miel. Sus alas me cubren y acarician mis mejillas. Se levanta descalza entre las piedras de lo que fue alguna vez. Cada pisada muele su propio ayer. Cada momento presente sepulta un segundo pasado. Con su movimiento de alas nutre mis pulmones de vida y con su saliva llena mi corazón de gozo e inspiración. La miel endulza mi vida. La miel es su amor hacia mí. Estoy paralizado por la sensación de felicidad. Sus ojos me miran. Sus pelos se agitan al viento del cielo en el que estamos. Un instante y sus dos ojos se clavan en los míos. Veo un completo universo en cada uno de ellos. Todos los soles, todas las lunas. Todos los sentimientos que tuve, que tendré, que tuvieron y tendrán todos los seres de la galaxia, todos los seres vivos en amor-nía que bañan con estelas espumosas cada rincón de cada cuerpo con miel infinita y nos guían hacia la felicidad, la plenitud, el bien-estar. Ese ángel fue mío. Aunque nunca lo fue. Yo fui de él, aunque nunca lo fui. Juntos hicimos el amor en un sueño. Se hizo luz. Se hizo vida. Y me alentó a escribirle. Y será así por siempre, a cada momento. Entonces vuelvo a abrir mis ojos.