viernes, 25 de noviembre de 2011

¿Qué nos pasa?

¿Qué pasa contigo? ¿Qué pasa con él? ¿Dónde está la gente que me comprende? Es que las cosas que veo, que me cuentan y que siento, pocas veces tienen sentido. Las vidas tienen su curso para todo y para todos. Hay billones de vidas con caminos que no se tocan. Hay vidas que nunca se cruzan. Pero la mayoría que si se cruzan, que mantienen relación, para mal o para bien se parecen en cada punto del globo. Hay vidas que sufren la ignorancia de su propio ser y vidas que hacen sufrir a otras las propias ignorancias, miedos y sufrimientos. Hay vidas ajenas que sufren la ignorancia del mundo y hay vidas que reciben reconocimientos deleznables. Quiero decir, reconocimientos por nada. Estoy a por todas las vidas. Cada una tiene su derecho. Hasta el imbécil que es reconocido y premiado por imbécil. Pero es tan viejo como real el dicho que dice: tus derechos terminan donde empiezan los míos. Es una manera muy lógica y humana de mantener alejados a esos quienes andan por el mundo sabiendo muy en su fuero interno que no son lo que quisieron ser, esos que se sienten nadie frente a todos. Pero no todos entienden el sentido de este dicho. ¿Entonces que hacen? Claro que no tienen el valor de aceptar el fracaso y la frustración de no ser quienes soñaron, entonces se la toman con los débiles, los desesperados, los desamparados, los marginados. Es casi una maniobra política. Hay muchos ejemplos que podemos tocar, muchos más de los que muy a mi pesar me gustaría hablar, pero lamentablemente existen… tantos...  Uno que quiero mencionar es, creo, el más bajo que pueda haberme imaginado jamás presenciar. No sé bien por qué, pero hay gente sin luz, sin estrella, sin suerte que llevaron su vida a uno de los lugares más bajos y quedaron sin techo. Se la puede llamar de mil maneras, pero la más conocida es vagabundo, callejero, croto, errabundo, gandul… el tipo que por circunstancias de la vida terminó viviendo en la calle. Son su hogar un banco de plaza, un pedazo de tierra abandonado por el estado o por algún dueño que dejó de merodear su baldío. Puede ser una fábrica abandonada, la zona debajo del puente por donde no tardamos más de segundos en pasar. Ese segundo es el único lugar que muchos desgraciados tienen como base para sus días, se lo hayan buscado o no. Ese no es el tema de hoy. Hay tantas razones como personas de la calle para haber llegado hasta ahí. Algunas que se me ocurren: ignorancia, falta de voluntad, debilidad, tara, impotencia, comodidad, abandono, dejadez… no, mala suerte no; no creo en ella. Al parecer, a un fracasado de la vida, que aun tiene su departamento y su salario pero que no está contento consigo mismo se le cruzaron las dos únicas neuronas que le quedan y se pelearon en su cerebro, entonces se la agarró con el vegete del banco de la plaza y desde su balcón gritaba: “¡Viejo sucio! ¡Vete a otra calle Gandul! ¡Te pones aquí para dar pena! ¡Por qué no te vas a donde nadie te vea y pides limosna!” Acto seguido, le tiró un jarrazo de agua. La gente, bueno, la gran mayoría no decía nada. Y me quedo con esto, lo que pasó después es anecdótico. Pero con esta idea, ¿Quién le da el derecho a violar la poca integridad que le queda a quien tiene que vivir de esa manera? Algunos dirán, claro, puede irse a un refugio. Bueno, no siempre la gente tiene la cabeza lo suficientemente clara ni sana como para poder decidir… no creo que nadie se vea en esa situación por gusto. Y llevando esto mismo a otros ambientes: ¿Quién le da el derecho al jefe que insulta a sus empleados? ¿Quién le da derecho a infravalorarlos? ¿Y a tratarlos como mierda? ¿A hacerlos sentir menos? No olvidemos que hablamos de gente que se cree mas y ataca a gente débil, los quiere hacer sentir menos. ¿Quién le da el derecho al supervisor a presionar sin motivo ni razón a sus empleados al punto de causarles tal mal de hacerlos llorar? ¿Es que solo sabe volcar sus frustraciones personales de esa manera? ¿Es que es incapaz de recordar sus inicios? ¿Quién le da el derecho a un ser común a atacar porque sí a otro? ¿Es que el cargo les pesa? ¿Es que acaso tienen miedo de no saber qué hacer, de parecer ridículos, de que se den cuenta de que lo son, de que no son lo que creen ser? ¿Tan vacíos están estos seres como para querer vaciar, incomodar, lastimar y muchas veces traumar a quienes tienen a su rededor? ¿Cuán desconforme puede llegar a estar un ser humano consigo mismo como para hundir a otro por falta de auto tolerancia? ¿Peor aún,  si estos son sus subordinados? Es hora de decir “Basta”… siempre con educación y respeto, ese que no nos tienen a nosotros. Es que él/ella no es un buen ejemplo, y deben saber que todos aprendemos con los ejemplos. Todo en la vida de uno se forma a través de los ejemplos. Más allá de los cargos hay una realidad basada en el respeto a/de y por todos los seres humanos. Sé que estoy hablando de ideales. Claro que sí. “Dirán que soy un soñador”, dijo un loco en los 70’s. Un loco que terminó asesinado por otro loco, por uno peligroso. ¿Es esto irse a los extremos? Claro. Claro que es tocar el extremo de lo que tocan todos estos seres cansados de ser ellos mismos y por lo cual evaden el dolor presionando y atacando a esos que “parecen” y solo “parecen” indefensos. “Imagine” sigue vendiendo millones de copias. Y los débiles que en algún momento lloraron por la presión de un jefe idiota, se levantaron y se hicieron más fuertes. Porque es característico de los seres humanos hacerse más fuertes con el dolor. Señores/as que se creen algo superior, sépanlo: NO lo son. Son iguales a mí, a ellos, a ellas. En sus venas corre casi seguramente el mismo tipo sanguíneo que usted y, en caso de vida o muerte, esa persona a la que esta enterrando en mierda puede ser su donante, su única salvación. Bajo esas pieles caras y vaqueros de marca esta su propio culo y bajo él, los mismos tipos de músculos y huesos que viste su empleada bajo el uniforme horrendo que le dio luego de mandar a comprar por dos euros y medio. Si, es que somos humanos. Algunos dicen la peor raza, otros dicen la peor plaga, hasta oí decir que actuamos como virus: ocupamos, atacamos, arrasamos, vamos a destruir a otra parte. También se lo dice Morfeo a Neo. Pero todo pasa factura señores. Todo se paga en esta vida. Tal vez sea momento de beberse un vaso de agua y ver que en el fondo no hay nada más que vidrio. Las cosas son más normales de lo que parecen… Contenga lo que contenga el vaso y quede en él la cantidad de líquido que considere que queda.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Cenizas y Sangre

Cenizas de cigarro, el humo en la ropa, olores fuertes.  Canciones tristes y rock and roll, voces lejanas y malestares, mareos. Poco entender de las cosas, las palabras y las personas… o cosas. El olor a alcohol en el aliento. Las ganas de descomer y luego el poderoso hambre que nos aliena. Sensaciones de momentos olvidados, flashes y pisos olorosos. Olvidos constantes y la imposibilidad de dormir. ¿Cuantos días? No lo sé. Pasaron las horas y mi mente se iba desdibujando en el horizonte. Las voces cada vez más lejanas querían hablarme, o lo hacían, pero yo no recibía su significado. El sol entraba por la ventana pero en mi mente era de noche. Estaba en otro país. Sufría jet-lag pero no había volado. ¿O sí? Estaba ahí, pero no estaba. Tal vez mi cuerpo y mi espíritu aun estaban desconectados. Y tal vez sea esta la respuesta que tanto buscaba. Deberían estar juntos, no separarse. Tal vez era la sensación de pérdida de control lo que me alienaba. Esa falta de poder controlar los movimientos trémulos que se apoderaban de mis carencias, de mi cuerpo, de mi mente, de mi espíritu, de mi ser. Esa sensación de no sentirme completo porque alguien en mi familia no estaba, alguien faltaba. Pero luego de los temblores que se habían hecho habituales, lo habitual pasó a ser lo inhabitual. O al revés. No lo sé. La cuestión final era la falta de sentidos, es que no sentía. O sentía demasiado. Siempre dependía del momento. Los vapores tóxicos de esas bocas que me abrasaban, esos halitos penetrantes que se acercaron a mí y me conquistaron, las bocas de fuego que me quemaron en mi propio infierno personal, individual, solitario, completamente solo, rodeado de caras, de gentes, de rostros desdibujados de realidad, de cuadros comestibles, cuadros con vida propia, gentes del todo pero solitaria, solitario, solitarios. Principios de fines que aun no habían comenzado y que se fundían en el estiércol de la eternidad. Calamidades horrorosamente bellas de momentos que nunca morirían. Todo pasado, todo pisado. El pasado no es más presente. Y los presentes hoy tienen otros tintes, son regalos increíbles cargados de aromas fluorescentes desde la insoportable levedad del ser. Lo maravilloso en lo más simple. La perfección en la simpleza de dos o tres acordes. Nada se pierde, todo se transforma. Voy citando canciones que me quedaron marcadas desde la originalidad lo inabarcable de la belleza. Sentidos de Dios eran necesarios para poder entender lo incomprensible. Vómitos palabrales de un instante donde todo sale. Donde la mente se despeja entre acordes y distorsiones, desde el lugar del piacere di dire quello que voglio. Senza limitazione. Las palabras que salen porque si, sin dar explicaciones. La pura libertad sentida en un instante de arte y revolución. Una revolución interna que todo ser vivo siente en algún áttimo della loro vitta. Ese instante en que se grita “basta” sin decir una sola palabra. Perdido en un girar y girar de sentimientos. Esos instantes eternos donde quedamos marcados de por vida. Un aroma. Un color. Un calor. El contacto. Esa piel. Ese día. Esa lluvia. Aquella noche eterna. Y las cosas siguen pasando mientras morimos. Mientras vivimos. Y cuanto más morimos más nos apetece vivir. Más nos apetece sentir. Mas incontrolable se hace la búsqueda interna hacia la felicidad. O hacia lo que cada uno de nosotros creemos que es la felicidad. Esa necesidad casi absoluta de sentir el amor. Y de profundizar en eso. Pobre de aquel que tenga adormecidas las glándulas del sentir. Pobre de aquel que se niegue al amor. Pobre del que solo junte cenizas y aromas penetrantes a lo largo de sus días. Porque al final se va a dar cuenta de que todo lo que necesitaba lo tenía ante sus ojos. Pero lo dejó zarpar. Sólo había humo en la visión. No había fuego en su mirar. Pero se encendían ambos en la locura de la vida, del instante, del creer que todo comenzaba al acabar. Esa idea de la eternidad sepultada bajo la creencia de lo que podrá pasar. Cierro los ojos. Vuelvo a mi vida cotidiana. Vuelven los bajos a mis oídos, retumbantes como latidos de un corazón que aún no se detiene. Vuelvo a ser. ¿Ser?