viernes, 11 de noviembre de 2011

Cenizas y Sangre

Cenizas de cigarro, el humo en la ropa, olores fuertes.  Canciones tristes y rock and roll, voces lejanas y malestares, mareos. Poco entender de las cosas, las palabras y las personas… o cosas. El olor a alcohol en el aliento. Las ganas de descomer y luego el poderoso hambre que nos aliena. Sensaciones de momentos olvidados, flashes y pisos olorosos. Olvidos constantes y la imposibilidad de dormir. ¿Cuantos días? No lo sé. Pasaron las horas y mi mente se iba desdibujando en el horizonte. Las voces cada vez más lejanas querían hablarme, o lo hacían, pero yo no recibía su significado. El sol entraba por la ventana pero en mi mente era de noche. Estaba en otro país. Sufría jet-lag pero no había volado. ¿O sí? Estaba ahí, pero no estaba. Tal vez mi cuerpo y mi espíritu aun estaban desconectados. Y tal vez sea esta la respuesta que tanto buscaba. Deberían estar juntos, no separarse. Tal vez era la sensación de pérdida de control lo que me alienaba. Esa falta de poder controlar los movimientos trémulos que se apoderaban de mis carencias, de mi cuerpo, de mi mente, de mi espíritu, de mi ser. Esa sensación de no sentirme completo porque alguien en mi familia no estaba, alguien faltaba. Pero luego de los temblores que se habían hecho habituales, lo habitual pasó a ser lo inhabitual. O al revés. No lo sé. La cuestión final era la falta de sentidos, es que no sentía. O sentía demasiado. Siempre dependía del momento. Los vapores tóxicos de esas bocas que me abrasaban, esos halitos penetrantes que se acercaron a mí y me conquistaron, las bocas de fuego que me quemaron en mi propio infierno personal, individual, solitario, completamente solo, rodeado de caras, de gentes, de rostros desdibujados de realidad, de cuadros comestibles, cuadros con vida propia, gentes del todo pero solitaria, solitario, solitarios. Principios de fines que aun no habían comenzado y que se fundían en el estiércol de la eternidad. Calamidades horrorosamente bellas de momentos que nunca morirían. Todo pasado, todo pisado. El pasado no es más presente. Y los presentes hoy tienen otros tintes, son regalos increíbles cargados de aromas fluorescentes desde la insoportable levedad del ser. Lo maravilloso en lo más simple. La perfección en la simpleza de dos o tres acordes. Nada se pierde, todo se transforma. Voy citando canciones que me quedaron marcadas desde la originalidad lo inabarcable de la belleza. Sentidos de Dios eran necesarios para poder entender lo incomprensible. Vómitos palabrales de un instante donde todo sale. Donde la mente se despeja entre acordes y distorsiones, desde el lugar del piacere di dire quello que voglio. Senza limitazione. Las palabras que salen porque si, sin dar explicaciones. La pura libertad sentida en un instante de arte y revolución. Una revolución interna que todo ser vivo siente en algún áttimo della loro vitta. Ese instante en que se grita “basta” sin decir una sola palabra. Perdido en un girar y girar de sentimientos. Esos instantes eternos donde quedamos marcados de por vida. Un aroma. Un color. Un calor. El contacto. Esa piel. Ese día. Esa lluvia. Aquella noche eterna. Y las cosas siguen pasando mientras morimos. Mientras vivimos. Y cuanto más morimos más nos apetece vivir. Más nos apetece sentir. Mas incontrolable se hace la búsqueda interna hacia la felicidad. O hacia lo que cada uno de nosotros creemos que es la felicidad. Esa necesidad casi absoluta de sentir el amor. Y de profundizar en eso. Pobre de aquel que tenga adormecidas las glándulas del sentir. Pobre de aquel que se niegue al amor. Pobre del que solo junte cenizas y aromas penetrantes a lo largo de sus días. Porque al final se va a dar cuenta de que todo lo que necesitaba lo tenía ante sus ojos. Pero lo dejó zarpar. Sólo había humo en la visión. No había fuego en su mirar. Pero se encendían ambos en la locura de la vida, del instante, del creer que todo comenzaba al acabar. Esa idea de la eternidad sepultada bajo la creencia de lo que podrá pasar. Cierro los ojos. Vuelvo a mi vida cotidiana. Vuelven los bajos a mis oídos, retumbantes como latidos de un corazón que aún no se detiene. Vuelvo a ser. ¿Ser?

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